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lunes, 30 de julio de 2007

Quién está comprando Molinos

Cerealeras y fondos extranjeros adquirieron acciones. Creen que el dueño puede separar la operación de marcas de la de commodities.
Gregorio Perez Companc en una carrera de autos antiguos.
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Por Martín Bidegaray y Natacha Esquivel | mbidegaray@clarin.com, nesquivel@clarin.com
Como no sucedía desde 2002, cuando le vendió su holding energético a Petrobras, Gregorio Goyo Perez Companc volvió en estos días a ocupar el lugar que menos desea: el candelero de la exposición pública. El empresario más rico de la Argentina, con una fortuna que supera los US$ 1.600 millones, está en el centro de todas las miradas por el futuro de Molinos, la segunda empresa de alimentos del país, detrás de Arcor.

Un frenesí inusual en las acciones de Molinos Río de la Plata, que duplicaron su valor en los últimos tres meses y cuatriplicaron su volumen operado en relación a marzo, desató una ola de especulaciones sobre cambios en la compañía, cuyas ventas fueron de $ 4.248 millones en 2006.

La empresa es la dueña de varias de las etiquetas más emblemáticas de la Argentina, como el aceite Cocinero, los fideos Matarazzo, la yerba Nobleza Gaucha, las salchicas Vieníssima y la harina Blancaflor.

Pero la mayor parte de las ventas no proviene de lo que en la empresa llaman el negocio "de marcas", que da cuenta de apenas el 30 por ciento, sino de la comercialización de productos a granel, como aceite de soja.

La familia Perez Companc es dueña del 63 por ciento de Molinos. Varias AFJP acumulan un 20 por ciento. Y el restante 17 por ciento que se encuentra en los paneles bursátiles está viviendo cambios dramáticos. En las últimas semanas, hubo tres fondos que salieron a comprar buena parte de los 50 millones de acciones que están en el mercado.

De esa forma, acumularon entre un 7 por ciento y 8 por ciento de la empresa. Entre los adquirientes, se anotó el grupo suizo Glencore, una de las mayores cerealeras del mundo y dueña de Oleaginosa Moreno en el país.

Pero también hay un fondo vinculado a grupos financieros alemanes, muy acostumbrado a tomar papeles a precio bajo y salir cuando suben, y también existiría otro estadounidense, también de comportamiento golondrina. La firma guarda silencio absoluto sobre lo que sucede.


Marcas versus commodities

Goyo tiene varias propuestas sobre la mesa para el futuro de Molinos. Algunos de sus consejeros le sugieren dividir la compañía en dos: el negocio de commodities por un lado y el de las marcas por el otro. "Graneles es volumen y bajos márgenes, pero en dólares. Marcas tiene márgenes más elevados, pero también requiere de inversiones más altas y comprar otras compañías o productos, además de cobrar en pesos. A veces, surgen las oportunidades y otras, no", analizan Ivana Recalde y Diego Ocampo, de la calificadora de riesgo crediticio Standard & Poor's (S&P).

Para los analistas, la firma debe pegar un salto hacia otras categorías, porque en las que ya opera tiene una posición consolidada. Algo de eso pasa con la marca Lucchetti, que ahora pelea en caldos, cuando nació sólo para pastas.

Pero la forma más rápida de crecer es mediante compras. De hecho, la compañía negoció la adquisición del arroz Gallo y la yerba Cruz de Malta a Química Estrella. En ambas categorías, sólo posee 11,4 por ciento de participación. "Es un trámite complejo. A Molinos le interesan las marcas, mientras que Química Estrella también quiere vender las instalaciones", cuentan quienes estuvieron siguiendo las charlas.


A pasos de Bunge

Como pasó con otras grandes empresas de poderosas familias locales, los capitales brasileños también le echaron el ojo a Molinos. Con los US$ 120 millones invertidos en la planta de San Lorenzo, la capacidad de molienda de soja de la empresa se agrandó en un 86 por ciento, mientras que la producción nacional de esa oleaginosa lo hizo sólo en un 2,5 por ciento.

Con esos números, se convirtió en la tercera cerealera del país, detrás de Cargill y Bunge, pero delante de Dreyfus, Vicentín y Aceitera General Deheza, de los Urquía. Tiene un 15,5 por ciento de participación, pisándole los talones a Bunge, algo que enorgullece especialmente a los Perez Companc, que le pagaron US$ 400 millones por el control de Molinos, en 1999.

Aunque se habló de un interés de la brasileña Sadia por Molinos, que algunos analistas desestiman y en la filial local dicen desconocer, y también hubo versiones sobre supuestas intenciones del húngaro-estadounidense George Soros -en AdecoAgro, la agropecuaria local en la que participa el magnate, desmintieron que estén mirando la compañía-, en la comidilla de los empresarios de la alimentación piensan que quien relojea a Molinos es otro grupo originario del país más grande del Mercosur.

"Amaggi es una empresa familiar, como Molinos. También compite a la par de las cerealeras más grandes del mundo en Brasil, como Cargill, Bunge y ADM. Cuenta con acceso a financiamiento del estatal BNDES y tiene línea abierta con varias bancos privados. Y siempre está viendo oportunidades de expansión", indican dos competidores de Molinos. Creen que los brasileños prefieren sumar commodities antes que meterse en el consumo masivo.

Pero los Perez Companc, más simpatizantes de las marcas que de la venta a granel, también se habrían disgustado con algunas políticas oficiales. Cuando comenzaron los acuerdos de precios, Molinos fue una de las primeras compañías que el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, puso en la mira.

La firma tiene operaciones en Chile y Perú, y una presencia limitada en Brasil, donde quiso comprar Selmi, una de las mayores fabricantes de pastas. Era el momento en que buscaba nuevos bocados (también estudió La Campagnola, que finalmente quedó en manos de Arcor).
Pero la división Graneles, que se maneja por separado, fue la ganadora. "Goyo invirtió en materias primas. (Juan Manuel) Forn le aconsejó que se volcara a la exportación de commodities. "Y ahora comienzan a verse los resultados", explica un ejecutivo que se desvinculó del grupo.

Forn, el vicepresidente de la compañía, fue repatriado desde Philip Morris en 1999, cuando Perez Companc tomó las riendas. El piloto de la reconversión de Molinos, que sobrevivió a la devaluación y se encargaba de la delicada relación con el Gobierno, está más alejado del día a día. Esa función ahora la cumple Guillermo García, el gerente general que reporta directamente a Luis Perez Companc.

Puertas adentro, la empresa suele prestarle poca atención al valor de la acción. En septiembre de 2006, cuando el papel promediaba los $ 3,20, la firma valía apenas $ 800 millones (menos de US$ 260 millones). Algunos hombres del área de Finanzas sugirieron un programa de recompra de acciones, aprovechando que el precio era accesible. Pero la idea quedó descartada.

Ahora, con la acción entre los $ 8 y $ 9, la capitalización está por arriba de los $ 2.100 millones, o sea, cerca de US$ 700 millones. "Cuando Goyo compró, valía US$ 650 millones. Eso significa que ya vale más que antes", destacan los analistas.

Como si fuera poco, hay un centenar de operadores individuales que salieron a comprar papeles de Molinos. Entre los motivos esgrimidos, hay una especulación de oferta de adquisición.

Según ese pensamiento, Perez Companc se quedará con todas las acciones que no están en su poder para poder encarar una venta posterior sin el escrutinio del mercado. De todas formas, como dueño mayoritario, si el empresario decide que es hora de hacer caja, puede hacerlo sin pedirle permiso a nadie.

"Si quieren retirarla del mercado, es factible, porque pueden pedir un crédito", dice Christian Reos, jefe de Research de Allaria Ledesma. Y un ex Molinos acota: "Si vende, los últimos en enterarse serán los 3.600 empleados".



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